Jorge Martín Montoya: «Los objetos de estudio de las ciencias deben incorporar la admiración para dar un sentido holístico»

Encubrimiento y verdad” es el título del libro que han escrito Jorge Martín Montoya y José Manuel Giménez Amaya, ambos profesores de la Universidad de Navarra, con el subtítulo “Algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual”. Qué nos pasa, qué miramos, qué dejamos de ver y qué futuro nos espera son los grandes epígrafes de esta publicación que van en sintonía con la ampliación de los límites de las ciencias del Instituto Razón Abierta.

En las dos primeras partes los autores hacen una radiografía sobre cómo es el hombre y el mundo de hoy, así como los aspectos que más le afectan como el racionalismo y la tecnologización de la realidad. Una de las ideas con las que arranca la lectura es el déficit actual de verdad y el hecho de que el progreso solo se da si existe un auténtico crecimiento personal ligado a las causas finales del hombre. 


Jorge Montoya afirma que según se iba desarrollando este libro desde hace años, puesto que es un trabajo intelectual que los ha llevado a ellos mismos, médico e ingeniero, ambos filósofos, más allá de sus propios horizontes, han visto que en el contexto de las ciencias había una reducción del objeto de interés humano sobre el que aplicar el razonamiento.

El hombre siempre tiene un deseo de penetrar en la realidad y plasmarlo en su vida, esto ha ocurrido en la historia desde que el ser humano es ser humano, que busca adaptarse y descubrir el sentido de lo que hace en su día a día. Pero se han dado cuenta de que con el tiempo no es que disminuya ese deseo, sino que se restringe el objeto de interés. Al aparecer las ciencias con todo su poder sobre lo material el hombre llega voluntariamente a desear también un dominio: “es un atractivo especial que brindan las ciencias y que restringe el objeto de estudio hacia lo empírico, por lo que se enclaustra el sentido de la verdad y se distancia el deseo de descubrir los porqués”, declara Jorge Montoya, “nosotros vemos que cada vez se vuelven más particulares los objetos de indagación, lo que lleva a fragmentar el saber y las metodologías, por eso, cada vez es más difícil incorporar la admiración”.

De hecho, una de las necesidades que plantea el libro es la recuperación del sentido crítico y del discernimiento. Sin esto, Jorge Montoya asegura que el ser humano se vuelve muy manipulable. En un mundo en el que todo es relativo a algo, la única forma de ser libres es apostar por algo que no sea relativo a nada y la verdad aquí se hace patente: “es preciso descubrir la verdad en sí misma, que aparece de modos distintos, y se ha de conseguir la integración de los distintos intereses para dar un sentido pleno y holístico que nos lleve a decir que las cosas que hacemos inciden en el bien del ser humano, entendiendo la vida como un valor no intercambiable”.

Sobre la indagación científica que lleva al hombre a quedarse únicamente con lo evidenciable, Jorge Montoya aboga por ir a las consecuencias para valorar su impacto, es decir, el dominio técnico sobre la vida de todas las personas y ciertos problemas sociológicos que se derivan: “actualmente es la técnica la que define quién es el ser humano, la que pretende marcar su destino en cuestiones como la felicidad o reduciéndolo a un mero ser de consumo para satisfacción de sus deseos sin una trascendencia que vaya más allá del simple hacer; es una cotidianidad malentendida, la seducción de las pantallas reduce el horizonte a lo inmediato y si solo
reaccionemos a estímulos se reduce la libertad, la verdad queda encubierta ante otros aspectos más presentes por lo que hay que afinar la mirada”, expone.

En este punto, la verdad de la felicidad humana solicita a la razón dar un paso más allá y una parte esencial del libro es la constatación de nuestra sociedad como no teísta, con un horizonte vital sin esperanza. El autor considera que esperar no solo es esperar la satisfacción inmediata y que es preciso contemplar aquellos aspectos que van más allá de la materialidad de nuestro cuerpo.

José Manuel Giménez: «Se puede llegar a la renovación del hombre desde el punto de vista racional con una razón abierta»


El coautor del libro “Encubrimiento y verdad. Algunos rasgos diagnósticos de la sociedad actual”, junto con el profesor Jorge Montoya, presenta el narcisismo como una de las principales heridas del siglo XXI. En un contexto en el que el cuerpo se entiende como una suma de partes disgregadas en vez de una unidad vital, y se rechaza el sentido de contingencia propiamente humano.

Médico de profesión, José Manuel Giménez es investigador del grupo Ciencia, Razón y Fe de la Universidad de Navarra y miembro de la Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión. Desde las páginas de este libro ofrece algunas claves sobre cómo ser fieles al deseo de plenitud sin tergiversar la esencia que constituye al ser humano y considera que el camino esencial para la curación es el diagnóstico adecuado.

La primera entrevista de autor se centró en lo que mira la sociedad actual. En la segunda, José Manuel Giménez presta atención a lo que el mundo deja de ver: “hay una enfermedad en neurología que se llama distracción y alude a la incapacidad de un paciente de ver lo que existe en su campo visual tras sufrir una lesión cerebral. También se aplica de forma análoga a la antropología cultural, donde hay una desaparición del campo de visualización antropológico y se da una distorsión del cuerpo, entendiéndolo como algo únicamente estructural e ignorando el concepto griego tan fecundo de naturaleza. Así, la naturaleza no solo se fragmenta, sino que no transmite una información de quiénes somos y esto es tremendo, ya que en el sustrato hay una falta de respuesta a la verdadera identidad”.

Junto a ello, hay otros conceptos que se ven amenazados como la libertad humana. En el libro se distingue entre libertad positiva, vista como algo paternalista que priva de autonomía; y la libertad negativa, que se adecuaría más al concepto moderno y se traduce en hacer lo que quieres mientras no colisiones con la libertad de otro. Esto plantea el problema de dónde queda la responsabilidad. Para los clásicos, el actuar humano orientado a la felicidad tiene que ver con las elecciones correctas que exigen una deliberación, una disposición del ser hacia una vida adecuada. Pero la felicidad pasa a un segundo plano desde Kant al dejar de ser un criterio objetivo: “no es fácil abordar el tema de manera directa, la elección exige no solo valorar lo externo, sino también poner en juego nuestro propio temperamento. Para esto es preciso saber dónde está nuestra felicidad y ser conscientes de que no estamos solos. Esto nos ayuda a ser libres: el hecho de pedir consejo y la propia amistad hacen que se ejerza máximamente la libertad”.  

El libro también describe tres polaridades: cuerpo/ espíritu, hombre/ mujer, individuo/ comunidad, que José Manuel Giménez prefiere ver como dualidades, es decir, de forma relacional, ya que confluyen en una unidad. El capítulo llega a una serie de preámbulos para justificar la fe desde la racionalidad. Y los autores los han plasmado después de visitar muchos pueblos en los que en el centro está la Iglesia, pero se halla vacía porque ha desaparecido la fe. Se preguntan entonces cómo se ha vaciado la fe cuando paradójicamente se acompaña de una historia y una tradición cultural creyente: “empleamos una forma de comunicarnos que ha tenido una tradición, pero esta ha desaparecido, es una interrupción muy característica del mundo moderno, la tarea es devolver a esa tradición el sentido para así recuperar la identidad”, aclara José Manuel Giménez.

Otro asunto es la difusión de por qué se da esa fe, no tanto si se hacen las cosas bien, puesto que nadie cuestiona el beneficio de la acción social. El autor se refiere a esto cuando escribe que hay que “pensar la fe” como requisito de esperanza y de renovación humana, “a lo que, de alguna manera, se puede llegar desde el punto de vista racional, con una razón abierta”. Por último, señala que es importante facilitar espacio a Dios a través de una reflexión antropológica y ética, así como entender la libertad como algo relacional: “llegar a la felicidad es encontrar un buen amigo”, como recoge Aristóteles en su Ética a Nicómaco.  

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