Los avances de la técnica y su aplicación sobre el ser humano conducen a la pregunta: ¿todo vale? Durante la mesa redonda celebrada el pasado miércoles 10 de noviembre en la Fundación Rafael del Pino bajo el título Cuestiones emergentes en bioética y transhumanismo: de la edición genética embrionaria a las quimeras, tres reconocidos expertos del ámbito científico y humanista alertan de las líneas rojas que hay que delimitar en el desarrollo de estos campos para evitar un uso utilitarista del ser humano. El evento fue organizado por la Fundación Jérôme Lejeune.
Tres grandes cuestiones: quimeras, terapias génicas y transhumanismo
Javier Galán, profesor de ciencias experimentales de la Universidad Francisco de Vitoria (UFV), empezó explicando en qué consisten las quimeras hombre-animal. Quimera hace referencia al ser mitológico con cabeza de león y cuerpo de cabra que, aplicado a la medicina, se refiere a la unión de distintos embriones para generar un único embrión. Esto se hace desde los años 80, pero dentro de una misma especie, para estudiar enfermedades. El reto es cuando la unión de embriones se produce entre dos especies distintas, por ejemplo, cuando se introducen células embrionarias humanas en un embrión de animal para darle órganos humanos, aunque la finalidad sea evitar la escasez para trasplantes.
Miquel Ángel Serra, científico del laboratorio de farmacología en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, habló sobre el riesgo de modificar el genoma con fines terapéuticos. El genoma es el sustrato fisicoquímico de la herencia que permite transmitir características de padres a hijos y a nietos. En los últimos 15 años se dispone de herramientas que actúan como bisturí para cortar esas largas secuencias que conforman el genoma y sustituir un trozo por otro en intervenciones terapéuticas. Sin embargo, es distinto modificar el genoma de las células somáticas que no forman parte de la línea germinal, que cambiar las que dan lugar a que se puedan transmitir óvulos y espermatozoides para la intervención en embriones tempranos. Y advirtió: “Es una modificación artificial muy relevante, no solo se modifican células de un individuo, sino que se transmiten a toda la especie y ahí está la línea roja”.
Elena Postigo, directora del Instituto de Bioética y profesora de la UFV, definió el transhumanismo como una corriente cultural que reúne a científicos de diversos ámbitos (biología molecular, inteligencia artificial, nanotecnología, neurología) y que busca mejorar especie para llevarla a un nivel superior, alterando la naturaleza y eliminando los aspectos indeseables como el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Los pilares son tres: superbienestar, superinteligencia y superlongevidad. Y los campos de actuación son diversos: la intervención genética para eliminar embriones no sanos y potenciar otros aspectos, la mejora cognitiva con chips en el cerebro o estimulación craneal, la introducción de pastillas para modular la afectividad, la criogenización para resucitar post mortem, la creación de ciborgs con parte orgánica y parte cibernética, y el trasvase sináptico a un ordenador para la asistencia tras la muerte. Aclaró que no se trata de demonizar la ciencia, sino de criticar su uso exacerbado de la experimentación: “Lamento que los defensores del transhumanismo hablen de corporeidad como si fuera chatarra biológica, como si estuviera mal hecha, como si el ser humano fuera una máquina con piezas que se pueden poner y quitar”.
Implicaciones bioéticas
Javier Galán trasladó cierto consenso de la comunidad científica para que no nazcan los embriones quiméricos cuando haya más del 30% de células humanas en su organismo, pese al cambio de legislación de Japón en 2019. Pero se preguntó ¿cómo es posible determinar un porcentaje sin equivocarse?
Miquel A. Serra se retrotrajo a 1953 cuando se descubrió la estructura de doble hélice del ADN. Ya entonces había preocupación sobre los límites de la manipulación, sobre todo, cuando un científico chino modificó dos embriones resistentes al SIDA saltándose todas las líneas rojas. Confesó que ni siquiera la modificación de un gen enfermo está libre de error: “los científicos que apoyan las terapias génicas embrionarias solo ven una herramienta para cumplir un objetivo, pero es engañoso, dicen que puede haber una constitución genética perfecta, pero no tiene sentido que todos seamos iguales desde el punto de vista evolutivo, ya que en la diversidad está el éxito de la especie”. Por ejemplo, en un apagón en el metro el pasajero ciego tiene una ventaja evolutiva, pero con sus teorías desapareceríamos todos ante un elemento estresor externo. Respecto al Síndrome de Down, cuando hay un cromosoma de más, explicó que la reversión molecular es difícil ya que hay muchos genes implicados, pero existen otras formas de mejorar la sintomatología down como, por ejemplo, la terapia de principios activos en los alimentos para estimular la cognición.
Elena Postigo insistió en que el problema es intervenir en el embrión: “el embrión merece respeto y consideración, intervenir sobre él pone en riesgo la integridad humana y las primeras víctimas del transhumanismo eugenésico son los Síndrome de Down”. Y añadió: “Los seres mejorados son un problema para la defensa de la justicia, igual que los nanochips pueden condicionar la libertad, o amputarse las piernas para ponérselas de titanio es algo totalmente utilitarista y daña la integridad. Vivimos en un paradigma cultural y científico que hace un uso abusivo de la ciencia, hay un error antropológico de base”. Por último, respecto al asunto del inmortalismo, argumentó que lo único que denota es que hay un deseo de inmortalidad en el ser humano, pero conforme está planteado en la actualidad “es una utopía, un fraude, no se ha resucitado ni siquiera a un gusano”. Y, aunque haya científicos que tengan buenos fines, es necesario que los medios también sean buenos.
Investigación abierta
Javier Galán señaló que el gran problema de la quimera es que no estamos ante un animal con un órgano humano y el resto de las células animales, sino que al introducir las humanas estas colonizan los tejidos y no se puede distinguir lo humano de lo animal. Por ello, es fundamental educar, entender que el científico no es quien tiene la última palabra, sino que hay que abrirse al ámbito de la filosofía para hacer un estudio racional del bien y del mal. Aunque el científico aporte el dato empírico, se debe elevar la reflexión, hacerla multidisciplinar, tomar conciencia de que la realidad no se agota en su campo de acción y debe entrar en diálogo con otros pensadores.
Miquel A. Serra contó el caso de un famoso ‘ciborg’ de Barcelona que se ha implantado un chip en el cerebro para distinguir todos los colores con traducción en sonidos, y de su mujer que se instaló otro chip para percibir los movimientos sísmicos cuando ejercía de bailarina: “Da miedo pensar que estas técnicas se vendan por Internet y caigan en manos de gente sin la formación adecuada, puede provocar daños irreparables en esa persona y en otros”. De hecho, un Comité de Bioética desaconsejó tales prácticas y tuvieron que irse a otro país para llevarlas a cabo: “Debe haber una actuación efectiva por parte de la sociedad en su conjunto. El nivel de perfección transhumanista del momento lleva a situar a las personas en colectivos de segundas y terceras categorías”. Recomendó un libro titulado “Lifted”, que llama a reflexionar sobre los problemas que se plantean en el perfeccionamiento de la especie. Son retos ante los que todos estamos llamados a responder.
Elena Postigo desveló el trasfondo transhumanista como “reduccionista e individualista, sin interrelación con otros, una ideología inmanente, un empobrecimiento que puede ser criticado desde muchas perspectivas”.
Qué nos hace humanos
Javier Galán contó que siempre pone a sus alumnos el ejemplo del pintor Toulouse Lautrec, quien sufría de enanismo con una deformación en las manos. Sin embargo, pudo desarrollar una técnica con unos pinceles más largos para superar esa limitación y esto influyó en su estilo pictórico, ampliamente reconocido en la historia del arte: “No habría sido Toulouse si le hubieran corregido su deformidad o le hubieran eliminado directamente. ¿Dónde radica la esencia del ser humano y su genialidad? La perfección homogeneizante es reduccionista”. Históricamente, cuando en Esparta nacía un niño con defectos que le impidieran luchar le despeñaban por un barranco: “De Atenas proceden los grandes filósofos, el teatro, la arquitectura…, pero cuando despeñaban a esos niños ¿mataban pensadores y artistas de Esparta? Pensemos como sociedad y como individuos qué nos hace humanos”.
Miquel A. Serra recordó el reloj biológico que todos tenemos dentro y la propia regeneración neuronal tras un accidente cerebral. Para este investigador, la posibilidad de mantener un cerebro joven responde a la misma lógica utilitarista de quienes conciben que el hombre es una máquina funcional y no van más allá: “Un trasplante de cabeza no tiene ningún fundamento científico y no resiste un análisis ético serio. Hoy se pueden conseguir tejidos por impresión 3D. Las quimeras no son la única posibilidad, pero otras no tienen tanta difusión mediática”.
Elena Postigo insistió en que solo conocemos un 10% del cerebro y está convencida de que en 500 años haremos muchas cosas más: “Acaban de publicar que mediante estimulación profunda se puede curar una depresión de hace décadas. Hay que ver el punto de fuga del hombre porque hay una dimensión insondable muy potente. La ciencia puede decir mucho, pero no lo dice todo”.
Conclusiones
*Miquel A. Serra: La modificación del genoma precisa un análisis ético cuidadoso de pros y contras para no dañar a la persona. Requiere la corresponsable decisión de toda la sociedad sobre cuál es el futuro de nuestra descendencia.
*Javier Galán: Vivimos tiempos apasionantes de grandes retos con gran obligación de una reflexión seria. El principio de prudencia pide no convertir la ciencia en el arte de lo posible. Preguntemos qué significa ser humano, sin cruces entre especies, no sabemos cuál será la naturaleza de este tipo de criaturas que ya se están empezando a generar.
*Elena Postigo: El desarrollo acelerado de la ciencia en las próximas décadas requiere una sabiduría mayor. La ciencia es acumulativa, la sabiduría no. Debemos moderar nuestras acciones.
El acto ha concluido recordando una cita de Benedicto XVI que dice que todo progreso que no respeta la dignidad de la persona, por ser creada a imagen y semejanza de Dios, no sería verdadero progreso.
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