Paul Vitz. Senior Scholar, profesor del Instituto de Ciencias Psicológicas de Divine Mercy University y ganador de la 4ª edición de los Premios Razón Abierta con Catholic Christian Meta-Model of the Person: Integration of Psychology and Mental Health Practice.
Therese Lysaught. Profesora de Teología Moral y Asistencia Sanitaria en el Instituto Neiswanger de Bioética y Liderazgo Sanitario de la Escuela de Medicina Stritch de la Loyola University Chicago y ganadora (junto con sus compañeros) de la 5ª edición de los Premios Razón Abierta con Biopolitics after neuroscience: morality and the economy of virtue.
La tercera mesa redonda del Congreso ha estado dedicada a la neurociencia y la psicología. La pregunta de la mesa redonda, sobre si el ser humano está determinado física y psicológicamente, sigue suscitando grandes inquietudes, como ha señalado el profesor de la UFV, Tasio Pérez, psicólogo experto en terapia de pareja y educación afectivo sexual, que moderaba la mesa. “Se trata de una pregunta que está relacionada con la mirada que se adopta hacia la persona y el descubrimiento de su potencial”, ha añadido.
Para contestarla, Paul Vitz ha presentado su metamodelo en el que defiende el libre albedrío desde tres posiciones. En primer lugar, ha hablado del famoso caso que se conoció hace más de un siglo en EEUU cuando una joven sordomuda, Helen Keller, considerada por su familia como un animal, fue derivada a una especialista de Boston que le enseñó ciencia y otras habilidades. Al principio, se comunicaban con signos y contacto físico, a modo de patrones que representaban letras: los objetos se conectaban con los patrones de la mano contraria a cada hemisferio cerebral y se relacionaba cada uno con un código (analógico y digital). Un día ocurrió que fue capaz de trascender el concepto del agua que tenía en una mano y se dio cuenta de que el patrón era el nombre de eso. Así fue como entendió que podía nombrar las cosas y empezó a conocer los nombres de su familia. Le impresionó el modo en que la vida se podía descubrir, por primera vez sintió culpa y por primera vez supo que había un mañana. “Experimentó la conciencia en el momento en que empezó el libre albedrío”, sostuvo Vitz.
En segundo lugar, ha expuesto cómo la psicología descubre las virtudes y al hacerlo se pasa del modelo determinístico de los seres humanos a uno teológico, pues son capaces de elegir una virtud para desarrollarla. De este modo, se deja de ver el problema como una patología causada por el pasado a entender la solución como una elección libre: la decisión de ir a terapia y elegir una virtud para mejorar. Incluso como terapeutas liberan del pasado determinista a sus pacientes, adoptando este enfoque del libre albedrío.
En tercer lugar, ha enseñado otra manera de entender la libertad por la vida espiritual que conlleva: una esencia que permite elegir a dios y experimentarle como una elección. También ha recalcado que un buen determinista no deja de ser un escándalo para su deber de responsabilidad pues, en su opinión, los deterministas no se comportan de manera consistente con sus argumentos.
Por su parte, Therese Lysaught ha abordado la cuestión determinista desde el origen de la pregunta, es decir, de dónde sale la idea de que la neurociencia esté determinada. Ella y sus compañeros de investigación han estudiado que en EEUU en 2009 había cada vez más a menudo conversaciones públicas sobre la afirmación de que los pobres no lo eran por no tener dinero, sino por tener vicios, o sea, porque no tenían virtudes, y el contrargumento era atribuir la pobreza a las estructuras sociales. En todo caso, había una relación entre la economía y la virtud y si había prosperidad era por ser virtuoso, como si la virtud pudiera ser un premio.
Una segunda parte de esa conversación pública estaba relacionada con la biología. La gente que vivía en zonas pobres tenía niveles más altos de una hormona llamada cortisol porque habían vivido más episodios de violencia o sucesos traumáticos. Quisieron explorar si era verdad que la pobreza tenía efecto en la mente y si influía en la capacidad de ser virtuoso. En 2010, la Universidad de Chicago les ofreció una beca para estudiar la ciencia de las virtudes y se embarcaron en la moralidad de la neurociencia. Encontraron un reduccionismo biológico muy significativo, y es que la mayoría de los libros argumentaban que el cerebro moral o ético era de una determinada manera, por lo que existía un supuesto de determinación ante el que la neurociencia daba respuesta, sin embargo, el objeto no estaba claramente definido. Además, descubrieron que en la parte negativa de la psicología no se quería usar la palabra vicio por su bagaje religioso, pero en ambos casos, vicio o virtud, la tendencia era desarrollar unos poderes clínicos, sobre todo, en lo relativo a los vicios, como actitudes antisociales.
Finalmente, les sorprendió que a medida que avanzaba la investigación, la mayoría de los estudios, al buscar variables que estuvieran relacionadas con rasgos negativos, se centraban en una principalmente: el estatus socioeconómico. Ahí estaba la presunción de correlación entre vicio y economía. Las variables económicas aparecían en todos los estudios poblacionales sobre sabiduría, como motivo del éxito económico. Así pues, la neurociencia de la moralidad que estudiaba el cerebro para responder quién es el ser humano, encontró que la antropología cultural estaba enraizada en la economía, principalmente, en la mutación más reciente del homo economicus, motivo por el que el libre albedrío y el determinismo se han hecho tan interesantes.
Clara Molinero, directora del grado en Psicología de la Universidad Francisco de Vitoria, ha corroborado las limitaciones de la propuesta determinista en sus trabajos de Razón Abierta. Al estudiar reduccionismos e investigar algunas corrientes psicológicas de época ha puesto al descubierto los fundamentos antropológicos y epistemológicos que llevar a las aulas, así como el pelagianismo que deja fuera variables imprescindibles para la riqueza del ser humano. Por tanto, ha abierto una nueva vía antropológica de investigación que da espacio a la espiritualidad y a otros temas de discusión: dónde queda el bien, qué lugar ocupa la salud en el bienestar emocional, qué es el dato, la ganancia o pérdida de la operatividad de una variable, el propósito que se persigue al entrar en el entorno laboral, etc. “La evidencia de lo físico da luz a todas las facultades del ser humano, pero el diálogo con los datos empíricos enriquece las interpretaciones”, constató. Incluso ha acercado algunas conclusiones sobre un reciente estudio de la virtud de la magnanimidad, traducida a la manifestación del perdón y llevada a la intervención en terapia.
En el turno de debate, tras la exposición de los diferentes puntos de vista a la pregunta inicial, se ha planteado hasta qué punto la psicoterapia es educar en la libertad hacia las virtudes, una vez constatadas las heridas y la historia del paciente, tan determinadas. Paul Vitz ha declarado que el hecho de elegir la terapia ya es usar la libertad para mejorar y que el paciente, cuando acude a la sesión, ya tiene muchos puntos fuertes de carácter que solo hay que fortalecer. Una vez hizo un estudio sobre 21 personas que tirotearon en algunos colegios de EEUU (llamados tiradores masivos escolares) y constató que ninguno de ellos tenía un objetivo altruista en su vida ni ninguna aspiración, lo cual, a su juicio, implica la ausencia de un significado superior.
En este punto, Clara Molinero ha querido prevenir de que la virtud se convierta en otro determinismo y por eso habla de plenitud, florecimiento, integración de todos los ámbitos de la vida, con un enfoque fenomenológico en el que la realidad sea la que se manifieste y solo haya que recoger información con distintos registros.
Por otro lado, Therese L. ha subrayado en que cuando un paciente acude a consulta el objetivo es que encaje mejor en la sociedad, pero se pregunta para qué mejorar si la sociedad genera tantas malformaciones. Ha recordado que desde 1980 se ha extendido un modelo neoliberal que tiene correlación con problemas mentales, sobre todo, por las comunidades que han desaparecido y el modelo biológico que se ha instaurado basado en la medicación. A su juicio, el cambio en la práctica psicológica se aleja del modelo centrado en la persona y la solución pasaría por capacitar a gente “rota” para trabajar mejor en un sistema “roto”, es decir, enseñar a los psicólogos a preguntarse por la antropología subyacente en su práctica profesional para que el florecimiento humano tenga en cuenta el contexto social.
- Vitz ha añadido que es urgente incluir el concepto de alma humana en el marco de la psicología para entender a la persona en su integridad, ya que la conciencia es cualitativamente diferente a cualquier otro aspecto. De hecho, la implementación del metamodelo católico cristiano en la Universidad de Virginia no implicó que fuera teológico. Clara M. ha expresado su deseo de que con este nuevo enfoque se despierte a los alumnos y se genere inquietud, al menos, que dé pistas de los espacios en blanco que se han dejado sin resolver a lo largo de la historia de la psicología.
Aparte de neurociencia de la moralidad, Therese L., ha explicado que el proyecto que han presentado abarca implicaciones de todos los campos y los hallazgos son relevantes para cualquier ciencia. Cuando dieron marcha atrás en la historia de la economía, las ciencias sociales y la física, pusieron de manifiesto que cualquier disciplina alberga una antropología implícita, más allá de los parámetros de la propia cultura. Por eso, ha animado a crear espacios de apertura que aborden preguntas relacionadas indirectamente con cada ciencia concreta.
En el turno de preguntas han surgido más dudas sobre el reduccionismo de la intervención psicológica actual. Según Therese L., se trata de eliminar lo negativo de la sociedad (con eugenesia, medicación, arresto), pero lo que se ha observado es que la teoría económica que precede a la moralidad neurocientífica ha sido la causante del cambio radical de la persona racional y libre. De repente, el capitalismo resultó natural y la visión económica del ser humano dejó de ser libre, por lo que se preguntó si la ayuda debe ir encaminada a alinear con la visión humana que encaja en el neocapitalismo. En este punto, ha hablado de la antropología bifurcada, que desarrolla en el libro, a lo largo de la historia socioeconómica: cuando se defendía que los pobres no eran libres, controlados por su lujuria y pereza, identificados como una carga; y cuando en el siglo XX todo el mundo deja de ser libre.
- Clara Molinero empatizó con todas aquellas problemáticas que no parecen superarse con esfuerzo e invitó a descubrir lo que hay dentro del ser humano, ya que conocer es el primer paso para ser libre y sirve de motor para otros desarrollos. Confesó que en terapia utiliza esas dos palancas iniciales y luego abre la mente a otros recursos que no dependen de sí misma, sino de fuerzas que confluyen más allá de la voluntad y el propósito de hacer al paciente más hábil. “Hay que renunciar a predecir el comportamiento y pedir a Dios que lo compense”, afirmó.
Therese L. lamentó que el determinismo busque en genes y neuronas una solución tecnológica. Aprovechó para contar el caso de un compañero suyo que vivió mucho tiempo en una comunidad de personas sin techo y descubrió que esa “rotura” se debía a golpes tan fuertes por parte de la sociedad que a veces era preciso abrirse a instituciones capaces de albergar tales roturas, como puede ser la Iglesia. A este respecto, Tasio Pérez añadió que en la relación frente a cualquier determinación también se puede encontrar la acogida de quien uno es y puede convertirse en motor de cambio.
Por su parte, P. Vitz corroboró que el mensaje cristiano da respuesta a muchas incógnitas y pone remedio a muchas enfermedades psicológicas, pero algunas que parecen incurables le han llevado a introducir una respuesta espiritual, que es la de llevar la cruz. “La psicología tiene límites, un problema psicológico no tiene necesariamente una respuesta psicológica, la ciencia debe ser más humilde”, apostilló.
Saber cómo pueden enriquecerse mutuamente la docencia y la psicología pasa por sembrar, según precisó Clara M. Para ella, la sensación de estar inacabados y de que el conocimiento puede seguir creciendo es un aliciente, así como compartir inquietudes sin tener que defender corrientes psicológicas particulares: “Ponerse en camino y estar acompañados de gente que estimula hace posible avanzar”.
Therese L. destacó que la enseñanza de virtudes necesita un modelo y el contexto necesita apoyar a los psicólogos para vivirlas: “Las virtudes deben florecer a la vez en las sociedades y en los profesionales”. P. Vitz, a su vez, lamentó que los psiquiatras se hayan tenido que ver tan mal pagados para recurrir a la medicación como tratamiento y aceptar los sobornos de algunas empresas farmacológicas.
Cuando se piensa que las decisiones están determinadas por procesos cerebrales, Therese L. sostuvo que se exagera el alcance del ámbito de la genética: “Hay que ser precavidos antes de establecer determinadas relaciones”.
P. Vitz contó un análisis que se publicó hace unos años de un burócrata francés que solo tenía una capa fina de cerebro, pero se comportaba con normalidad: “Puede haber problemas psicológicos desde la niñez, pero el caso del hombre sin cerebro demuestra que no son tan determinantes”. Además, hizo hincapié en un dato curiosos: los recuerdos y las emociones pueden ser estimulados, sin embargo, no hay estimulación que haga tener crisis existenciales, lo que demuestra que hay un nivel de conciencia que no se puede estimular de forma neurológica, y eso distingue cualitativamente la conciencia de la fisiología. Therese L. contrapuso la epigenética al dogma central del zen-proteína, es decir, que hay genes que por la historia personal se pueden manifestar de una forma o de otra.
Por último, respecto a las mediciones recientes del cerebro que preceden a una decisión y que han intentado vincular la libertad con una actividad cerebral, Therese L. introdujo la cuestión temporal en que se lleva a cabo una decisión o la cantidad de personas a las que implica para validar otras variables junto a las señales eléctricas. P. Vitz apuntó que en ese desarrollo neurológico previo no queda claro si hay más de un neurodesarrollo cuando se habla de dos posibilidades de elección. Por ejemplo, Therese L. no hablaría de determinismo cuando ama a sus hijos, pues no considera que el cuerpo sea un recipiente pasivo.
Finalmente, P. Vitz concluyó expresando que las virtudes son como un arte, solo pensar en ellas no las convierte en virtudes: “Hay que hacer deberes para que la virtud se practique”, bromeó.
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