Biografía

INVESTIGACIÓN

Juan Arana

La conciencia inexplicada. Ensayo sobre los límites de la compresión naturalista. 

Docente universitario desde 1975. Doctor en Filosofía desde 1978. Académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de Madrid. Catedrático de Filosofía en la Universidad de Sevilla desde 1986. Docencia impartida en: Universidades de Buenos Aires, Bogotá, Ciudad de México, Santiago de Chile, Lima, Montevideo, Río Piedras y Mayagüez (Puerto Rico), Málaga, Granada, Pamplona, Salamanca y Madrid. Becario Humboldt. Profesor invitado en: Münster Universität, Technische Universität Berlin, Mainz Universität, Paris IV-Sorbonne, CSIC, Madrid. Cinco sexenios de investigación reconocidos. Autor de 18 monografías, 6 ediciones, en torno a 220 capítulos de libro y artículos en revistas científicas. Editor responsable de 12 volúmenes colectivos. Fundador-director de tres revistas científicas y dos colecciones editoriales. Miembro del comité editorial, comité de redacción o consejo editorial de 12 revistas científicas. Miembro de las juntas directivas de 4 asociaciones científicas. Miembro del comité de ética del CSIC, así como del subcomité de bioética del mismo organismo.

Sobre La conciencia inexplicada

El desarrollo espectacular de las neurociencias y la inteligencia artificial en los últimos decenios ha alentado la esperanza de explicar todos los aspectos y dimensiones de la vida mental  con los métodos y conceptos de las ciencias naturales. Sin embargo, el fenómeno de la conciencia constituye hasta el momento un desafío inabordable. Este libro examina todos los aspectos del problema y llega a la conclusión de que los rasgos más característicos de la conciencia desbordan los límites intrínsecos de la explicación naturalista y probablemente los de cualquier otro tipo de explicación.

«Al redactar este libro me he permitido ser bastante desenvuelto, porque creo que se están publicando muchas buenas obras que mantienen un tono conciliador y exponen con objetividad la problemática de la mente humana, pero escasean las que entran en franca confrontación con las que siguen una inspiración materialista (que constituyen una amplia mayoría entre las que se encuentran en las librerías bajo la rúbrica de “divulgación científica”). Me encuentro en una situación profesional que me permite llamar a las cosas por su nombre, cosa que en el caso de los más jóvenes sería imprudente, puesto que su promoción podría verse perjudicada. Por tanto, me he arriesgado a decir sin tapujos lo que pienso, dejando bien claro que hablo por mi cuenta y riesgo, y que no pretendo ser portavoz ni representante de nadie ni de nada. En la polémica he procurado ser respetuoso con las personas y teorías, aunque como hay diferentes sensibilidades, no excluyo que algún lector encuentre que en ocasiones defiendo mis puntos de vista con excesiva vehemencia. La única disculpa que puedo dar es que he procurado ser tan irónico conmigo mismo como con mis adversarios.

En bastantes puntos he rozado asuntos con relevancia teológica, como es todo lo que tiene que ver con la relación alma-cuerpo y la singularidad humana. Siendo consciente de que ahí pisaba un terreno resbaladizo, pedí asesoramiento cuanto terminé el manuscrito a algunos especialistas en cuyo criterio confiaba. Uno de ellos me dijo que a su juicio debía haber sido algo más explícito, porque en mi libro apenas hay referencias a Dios o la trascendencia. Le respondí  que si la lectura produce la sensación de un estruendoso silencio acerca de Dios, entonces había conseguido mi objetivo. Quise escribir un texto apologético sin hacer ninguna mención que pudiera pasar por argumento teológico. En tres o cuatro lugares he advertido de la inminencia de esta problemática, pero declinando entrar en ella. La idea es poner al lector en el disparadero para que saque sus propias conclusiones. La conciencia no puede apoyar sus pies en la naturaleza, pero tampoco en sí misma. Ergo, o damos el paso hacia la Conciencia con mayúsculas o nos quedamos en el aire. ¿Hace falta ser más explícito? Si el libro sabe a poco, ese es precisamente su propósito: servir de aperitivo».