El concepto razón abierta
Ante una cultura positivista y relativista, Joseph Ratzinger y posteriormente Benedicto XVI, hace notar la profunda división de saberes y la excesiva especialización en el ámbito universitario que dejan fuera una visión de conjunto que dota de sentido a cada ciencia específica. El relativismo, el cientificismo y el pragmatismo no dejan lugar a un conocimiento integrador que abarque los objetos de estudio de forma ordenada, impidiendo a priori la búsqueda de la verdad.
El Papa emérito manifestó una constante preocupación por la concepción positivista que niega rotundamente una visión global del hombre y del reconocimiento de su dignidad. Una visión que niega un estatuto científico a la filosofía y a la teología, separándolas completamente del mundo de la ciencia, que se encuentra reducido a las matemáticas y la verificación experimental.
A raíz de esto, Ratzinger vuelve sobre la necesidad de tener una visión amplia y abierta de la razón y de su ejercicio en la búsqueda de la verdad y de la respuesta a las preguntas fundamentales sobre el hombre y su destino.
El uso de la razón, la denominada “razón abierta” y la búsqueda de la verdad en Ratzinger se encuentran, no tanto en los artículos académicos que el pontífice emérito le haya dedicado a la cuestión, como en su uso efectivo, es decir, en como él mismo se ha servido de la razón para captar la realidad; se trata pues de ver la manera de usar la razón y verla en acto. En definitiva, de un uso de la razón que es interpelado por la realidad, que le lleva a asombrarse y conocer con verdad.
El concepto de razón tiene que ensancharse para ser capaz de abarcar y explorar los aspectos de la realidad que van más allá de lo puramente empírico y lograr una síntesis armoniosa de saberes que integren la teología y la filosofía para poder comprender la realidad respetando su dimensión metafísica. Las cuestiones fundamentales del hombre, cómo vivir y cómo morir, no pueden quedar excluidas del ámbito de la racionalidad.
La razón abierta es, por tanto, aquella que está abierta a conocer con verdad lo que le rodea, escapando de las restricciones ideológicas y subjetivistas que impregnan muchas veces el ámbito del conocimiento.
Se trata de buscar un conocimiento amplio, no solo respecto a la cantidad de conocimiento, sino a la plenitud y profundidad de aquello que se conoce otorgándole a cada ciencia la autoridad que le corresponde en su ámbito y categoría pero sin dejar de lado el sentido último que da sentido y unidad a la especificidad de cada una de ellas.
En la visión positivista, aquello que no es verificable o “falsable” no entra en el ámbito de la razón en sentido estricto. Este concepto de la razón no es una cultura que corresponda y sea suficiente en su totalidad al ser hombres en toda su amplitud.
El concepto de razón, en cambio, tiene que “ensancharse” para ser capaz de explorar y abarcar los aspectos de la realidad que van más allá de lo puramente empírico. Esta razón abierta permite un enfoque más fecundo y complementario de la relación entre fe y razón. El nacimiento de las universidades europeas fue fomentado por la convicción de que la fe y la razón están destinadas a cooperar en la búsqueda de la verdad, respetando cada una la naturaleza y la legítima autonomía de la otra, pero trabajando juntas de forma armoniosa y creativa al servicio de la realización de la persona humana en la verdad y en el amor.
La universidad, en esta perspectiva de razón abierta, jamás debe perder de vista su vocación particular a ser una “universitas”, en la que las diversas disciplinas, cada una a su modo, se vean como parte de un unum más grande. Es urgente la necesidad de redescubrir la unidad del saber y oponerse a la tendencia a la fragmentación y a la falta de comunicabilidad. El esfuerzo por reconciliar el impulso a la especialización con la necesidad de preservar la unidad del saber.
Fuente: Discurso de Monseñor Federico Lombardi en la presentación de los Premios Razón Abierta en septiembre de 2016.